viernes, 22 de septiembre de 2017

Una fecha para el sismo (Versión completa)


«2017, 19 de septiembre.»

No fue fácil descender por las escaleras de la casa, el movimiento telúrico me lo impedía. Le grité a mi esposa, ella se encontraba en la planta baja, impresionada. La tomé de la mano y como pudimos alcanzamos la puerta principal, no sin antes mirar como las cosas se caían a nuestro paso…
Nos paramos a la mitad de la calle, la gente abandonaba por seguridad sus hogares; muchos gritaban. El sismo se sentía muy fuerte. —¡¡¡los niños!!!— Me gritaba mi esposa, refiriéndose a nuestros hijos.
—¡Cálmate, necesito que te calmes para poder ir por ellos!— le dije mientras muchas personas corrían hacia los colegios… —¡Rodrigo, me preocupa Rodrigo!— Se refería a nuestro hijo mayor quien se encontraba en la Universidad, a dos horas de camino.
—¡Él estará bien, confía!— mi esposa me veía, pero parecía como si no me escuchara. —¡Quédate aquí— le dije, mientras ella sólo repetía el nombre de nuestros hijos.
—¡No, yo voy contigo!— me dijo sin soltarse de mi mano.

Corrimos dando tumbos pues el movimiento de la tierra no cesaba. Cada instante era valioso. Llegamos a la escuela primaria, ubicada a escasas dos calles de nuestro domicilio. La puerta estaba cerrada. Algunos padres empezaron a golpearla para que fuera abierta. El tiempo parecía nuestro enemigo, y los gritos de la gente desesperada entorpecían cualquier acto razonable.
—¡Necesito que estés en calma, voy por Robertito a la secundaria!— Se trataba de mi hijo el de en medio. Corrí tan rápido como pude… cinco largas e interminables calles. Así me parecían. El sismo había cesado.
Al llegar, las puertas de la escuela se encontraban abiertas... —¡Calma, sus hijos están bien, calma, necesitamos que entren en orden!— nos indicaba uno de los docentes. Todos los alumnos se encontraban sentados en el suelo del patio principal. El ruido de las voces era incesante. Los maestros intentaban organizar el evento.
—¡Van a pasar en orden por sus hijos— Gritó uno de los maestros, pero el nerviosismo pudo más que la cordura.
—¡Acá estoy, papá!— Escuché gritar a mi hijo. Después de confirmar que él se encontraba bien nos retiramos de inmediato.

Intercambiábamos comentarios mientras corríamos de regreso a la primaria… —¡¿Mi mamá y Mili (mi hijo menor) cómo están?!— lo puse en antecedentes en lo que seguimos corriendo hasta llegar a la primaria…

—¡Don Roberto, su esposa ya se llevó a su hijo!— me dijo una de las maestras.

Corrimos hacia la casa, mi esposa y mi hijo ya nos esperaban de pie sobre la banqueta. Nos abrazamos. Al entrar, lo primero que vimos fue el agua de la cisterna. Se había desbordado. Algunos cuadros de la pared estaban en el suelo. No había suministro eléctrico, tampoco servicio telefónico.
El impacto del sismo se había sentido más fuerte que el de los días pasados, al menos eso nos pareció. El ulular de las sirenas se escuchaba por todas partes y un par de helicópteros se avistaban sobre nuestro vecindario.
Pensábamos en Rodrigo, nuestro hijo, en nuestras familias. Era evidente que se trataba de una desgracia similar a la de 1985…

***


5 de la tarde, seguimos parcialmente incomunicados. Mi hijo Rodrigo aún no llega, no sabemos nada de él. Los medios de comunicación anunciaban la desgracia. A las 13:14 horas, un sismo de 7.1 en la escala de Richter, cuyo epicentro se presentó a 120 kilómetros de la Ciudad de México había sacudido a varios estados de la República, según información de las autoridades competentes… La energía eléctrica se restableció en mi comunidad, y con ello el internet.
Un whatsApp entró a mi teléfono móvil… «Papá, acaba de temblar muy fuerte. ¿Están bien?, estoy en la Universidad.» El mensaje registraba las 13:21 horas. Por fin sabíamos que nuestro hijo estaba vivo.
Las noticias en los medios daban toda clase de reportes. Derrumbes, heridos y…, muertos. Las cifras se incrementaban. La solidaridad de los mexicanos no se había hecho esperar. Los ciudadanos fueron los primeros en actuar, no necesitaron de una orden. Los colonos de las zonas afectadas auxiliaban a quienes podían.
Muchos hicieron uso de sus teléfonos móviles… fotos, vídeos. Registrando con ello la evidencia de la tragedia que azotaba sin piedad a nuestro pueblo.
Municipios de Morelos, Estado de México, Puebla, Guerrero y la Ciudad de México eran al menos en inicio los principales afectados. Sin olvidar a los hermanos de Oaxaca y Chiapas que aún no se recuperaban del terremoto que los había sacudido el pasado 7 de septiembre con una intensidad de 8.2 grados en la escala de Richter y, cuyas repercusiones habían alcanzado a otras localidades, incluyendo a la Ciudad de México.

Topos, La Marina, El Ejercito y brigadas socorristas hicieron finalmente su aparición. No había tiempo para cuestionar lo tardío de su intervención, la prioridad era rescatar a las víctimas de entre los escombros.

17:30 horas, mi hijo Rodrigo por fin llegó a casa. Nos llena de felicidad. Narra el viacrucis que tuvo que experimentar para llegar hasta su destino. Intercambiamos experiencias…
Muchas avenidas principales se habían convertido en estacionamientos gigantescos. Los vehículos no se movían, no así la tierra, cuyas réplicas se seguían registrando.
Centenares de voluntarios se volcaban a las zonas más afectadas, entre ellas, una al sur de la ciudad, en donde se encontraba el colegio “Enrique Rebsamen”, cuyo edificio había colapsado casi en su totalidad. Entre escombros se encontraban sepultadas varias personas. El reporte inicial (no oficial) hablaba de muchos menores de edad, entre niños y niñas, además de una maestra. Se decía que algunos estaban aún con vida.
Otros puntos de gran afectación en la Ciudad de México eran en la colonia Condesa, la Del Valle, Lindavista, Roma y la Obrera, sin olvidar Xochimilco. Lugares en donde se aseguraba había víctimas atrapadas entre los escombros, bajo toneladas y toneladas de concreto y fierros retorcidos. Lo mismo sucedía en los municipios de los estados citados con antelación.
El transcurso de las horas arrojaba sensaciones ambivalentes…, esperanza y desesperanza, dolor y júbilo, capacidad e impotencia. Se confirmaba el hallazgo de personas vivas. Tan cerca y a la vez tan lejos de ser rescatadas porque el tiempo, el clima y los destrozos parecían jugar en contra.

***


A más de 48 horas del sismo las labores de rescate no se detienen ni por un segundo. Se suma la ayuda internacional. Brigadas especializadas con caninos y artefactos tecnológicos de reciente generación actúan. Las estrategias conducidas por personal altamente calificado en este tipo de siniestros no se hacen esperar…
Las labores de recate brindan frutos, no todas son buenas noticias. Algunos cuerpos aparecen entre los escombros. Algunos vivos, otros muertos…
Todo capta mi atención. Me uno a un grupo de voluntarios para circular la información obtenida sobre los desaparecidos. La ayuda de la ciudadanía continúa…, alimentos, medicamentos, herramientas, material de curación, agua. Todo fluye, y aunque la logística presenta fallos todos son justificables pues en estos menesteres no todos somos expertos. No obstante, la lucha sigue, el ahínco por rescatar sobrevivientes prevalece. Pero llega otro fenómeno, el de la discordia. El de los intereses creados.
En las redes sociales circula información comprometedora. Videos del presidente de la República y su señora esposa mofándose mientras la situación de desgracia impera. Posando para las cámaras en un supuesto apoyo trasladando víveres… Entre risas juegan. El espectáculo dura apenas unos cuantos minutos.
De los políticos…, nada, ni sus luces. No existe compromiso por parte de ellos para con sus “representados”, porque mientras sus “compatriotas” se debaten en las zonas de peligro ellos discuten la iniciativa de “donar” el 20% del presupuesto destinado a sus campañas electorales, presupuesto que por cierto defienden como perros que se ven amenazados cuando les quieren quitar el hueso, amparándose en el “No debemos violar las leyes establecidas para la donación de recursos federales” Presupuesto que, dicho sea de paso, es extraído de los impuestos de los ciudadanos.
Los multimillonarios callan lo mismo que los famosos, y los representantes religiosos mandan sólo condolencias y promesas de oraciones. De sus arcas…, nada.
Miro las noticias, una de las principales televisoras monta un espectáculo mediático grotesco. Alega con algunos militares de alto rango la mala información proporcionada por el ejército para ser difundida en tiempo y forma, como si el target televisivo fuera lo más importante para ellos.
Los principales conductores de programas en televisión hacen campaña para captar donativos, pero pocos, o casi ninguno pone la muestra de su tan multicitado altruismo.
Finalmente, y ante la mención de tales hechos algunos famosos y millonarios hacen acto de presencia. Camisas blancas, impecables, ropa de marca, así lucen, como en una pasarela, desfilando en un intento inevitable por empolvarse de tierra.
Son dos mundos, disímiles. Uno, el de la realidad que sin palabras nos presenta lo vulnerables que somos ante la naturaleza. El otro, el de la mezquindad, ese, en donde los que tienen quieren más sin ensuciarse las manos, aprovechándose del dolor por la pérdida de seres queridos y por supuesto, de los bienes materiales.
Nada podrá resarcir estos daños, y sí, cierto, México está de pie, gracias a los ciudadanos, gracias a todos aquellos nacionales o extranjeros que se tomaron de la mano, sin dobleces, sin imposiciones, sin intereses de por medio, por el simple hecho de ser humanos.



Roberto Soria - Iñaki

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