Una fecha para el sismo.
«2017, 19 de septiembre.»
No fue fácil descender por las escaleras de la casa, el movimiento
telúrico me lo impedía. Le grité a mi esposa, ella se encontraba en la planta
baja, impresionada. La tomé de la mano y como pudimos alcanzamos la puerta
principal, no sin antes mirar como las cosas se caían a nuestro paso…
Nos paramos a la mitad de la calle, la gente abandonaba por seguridad
sus hogares; muchos gritaban. El sismo se sentía muy fuerte. —¡¡¡los niños!!!—
Me gritaba mi esposa, refiriéndose a nuestros hijos.
—¡Cálmate, necesito que te
calmes para poder ir por ellos!— le dije mientras muchas personas corrían hacia
los colegios… —¡Rodrigo, me preocupa Rodrigo!— Se refería a nuestro hijo mayor
quien se encontraba en la Universidad, a dos horas de camino.
—¡Él estará bien, confía!—
mi esposa me veía, pero parecía como si no me escuchara. —¡Quédate aquí— le
dije, mientras ella sólo repetía el nombre de nuestros hijos.
—¡No, yo voy contigo!— me
dijo sin soltarse de mi mano.
Corrimos dando tumbos pues el movimiento de la tierra no cesaba.
Cada instante era valioso. Llegamos a la escuela primaria, ubicada a escasas
dos calles de nuestro domicilio. La puerta estaba cerrada. Algunos padres empezaron
a golpearla para que fuera abierta. El tiempo parecía nuestro enemigo, y los
gritos de la gente desesperada entorpecían cualquier acto razonable.
—¡Necesito que estés en calma, voy por Robertito a la secundaria!—
Se trataba de mi hijo el de en medio. Corrí tan rápido como pude… cinco largas
e interminables calles. Así me parecían. El sismo había cesado.
Al llegar, las puertas de la escuela se encontraban abiertas...
—¡Calma, sus hijos están bien, calma, necesitamos que entren en orden!— nos
indicaba uno de los docentes. Todos los alumnos se encontraban sentados en el
suelo del patio principal. El ruido de las voces era incesante. Los maestros intentaban
organizar el evento.
—¡Van a pasar en orden por
sus hijos— Gritó uno de los maestros, pero el nerviosismo pudo más que la
cordura.
—¡Acá estoy, papá!—
Escuché gritar a mi hijo. Después de confirmar que él se encontraba bien nos
retiramos de inmediato.
Intercambiábamos
comentarios mientras corríamos de regreso a la primaria… —¡¿Mi mamá y Mili (mi
hijo menor) cómo están?!— lo puse en antecedentes en lo que seguimos corriendo
hasta llegar a la primaria…
—¡Don Roberto, su esposa ya se llevó a su hijo!— me dijo una de
las maestras.
Corrimos hacia la casa, mi esposa y mi hijo ya nos esperaban de
pie sobre la banqueta. Nos abrazamos. Al entrar, lo primero que vimos fue el
agua de la cisterna. Se había desbordado. Algunos cuadros de la pared estaban
en el suelo. No había suministro eléctrico, tampoco servicio telefónico.
El impacto del sismo se había sentido más fuerte que el de los
días pasados, al menos eso nos pareció. El ulular de las sirenas se escuchaba
por todas partes y un par de helicópteros se avistaban sobre nuestro
vecindario.
Pensábamos en Rodrigo, nuestro hijo, en nuestras familias. Era
evidente que se trataba de una desgracia similar a la de 1985…
Continuará...
-Con respeto. México, una nación sumergida en la desgracia
by Roberto Soria - Iñaki
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