jueves, 20 de julio de 2017

Un beso sin malicia




Ella, —«Asesina de mis sueños.»— no sé porqué, pero así me dio por llamarla. Se presentó en esa calle solitaria apenas iluminada por las farolas de neón apostadas en cada una de las 4 esquinas.
Yo andaba medio enfadado, acompañado de un equipo especial para filmar, de esos que logran grabar sin importar lo espeso y frío de la oscuridad. “Un martes en mi arrabal” Así bauticé aquel vídeo hace ya 14 años, con una leyenda al calce que cita oportunamente…, “sin fecha de caducidad”.
No tuve que esperar por mucho para ser testigo de una historia singular. Un auto negro de marca muy conocida se aparcaba en el lugar; eran las 9 en punto.
Vi descender el cristal de la ventanilla al lado del conductor. La luz de la cerilla iluminó por tan sólo unos instantes el rostro del tripulante quien se dispuso a fumar. Hombre mayor, no le calculo la edad.
Después de algunos minutos apareció una mujer, vistiendo una falda tan corta que dejaba al descubierto su consciencia y algo más. La redondez de sus pechos luchaba contra el sostén, y sus tacones de aguja marcaban el territorio con surcos imaginarios para fecundar la miel.
Llegó un tercero en discordia… gabardina en tono azul, zapatos de charol bicolor, pantalón inglés holgado y un sombrero de ala ancha. Mi cámara los enfocaba, testigo mudo de un baile de caricias y palmadas.
Los grillos se silenciaron, ¡se avivaron las farolas!, y sin decir más que un “hola” se fundieron en abrazos. «¡¿De dónde viene la música?!», me pregunté. Era un ritmo cadencioso que invita al enamorado, con sonidos de pianola, de chelos y Stradivarius. —Te amo—. Lo escuché con claridad, mientras ella le correspondía con un beso sin maldad.
Mis ojos se abrieron al máximo..., no sé cómo lo hizo, pero el hombre apareció una rosa entre sus propios dientes mientras que sus blanquecinas manos acariciaban de la mujer…, el vientre.
Se apostaron en un muro, cobijados por las sombras, pero la luna indiscreta sin querer perder detalle, los traiciona.
Los tacones se deslizan dejando los pies descalzos, y la falda celestina se levanta para dejar al desnudo los ardientes cuestionarios. Se le nota entusiasmada.
¡La música cesa, el silencio se agiganta!, y el hombre del automóvil los mira fijo a la cara —¡Malditos!— Les grita lleno de rabia. Desenfunda su pistola, y sin piedad les dispara, ¡no les da tiempo de nada!, y cuando sus cuerpos caen…, ella levanta la cara —¿Por qué lo hiciste, mi amor?..., era mi hermano mayor que vino a felicitarte; porque estoy embarazada.

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