¿Quién
sois? —¡¿Cómo, es que acaso no me reconoces?! —No, ¿debería?—. Le respondió
mirándole a los ojos, haciendo muecas de desconcierto, pues sus intentos por
identificarlo eran inútiles.
Algo
sorprendente aconteció… el supuesto conocido reducía su tamaño ante la mirada
atónita del que fuera abordado de manera intempestiva… «¡Diantres!», dijo el
interceptado para su interior, al tiempo que tragaba su propia saliva —Insisto
en la cuestión. ¿Quién sois?
Pregunta
sin respuesta, pues aquel que luciera gallarda y arrogante su figura en el
momento de su llegada, continuaba comprimiendo su tamaño, de hecho, en contra
de su perniciosa voluntad.
¡Alto,
no te acerques más! —Pero…, si no pienso causarte daño, luces mal, famélico;
permite que te ayude —¡Detente, os he dicho—. Se hizo un espeso silencio entre
los dos personajes, mientras que, en el cielo, una batalla entre nubarrones y
los rayos del sol se celebraba —¡Me estáis extinguiendo!—. Indicó el debilitado,
al tiempo que sus manos se crispaban sobre el fango de la porción del suelo en
que se había caído —¿Yo?... ¡pero si ni siquiera te he tocado! —Tu sola
presencia lo hace, ahora soy yo quien te pregunta, ¿quién sois? —Mis amigos me
llaman “el bizarro”. Pero dime, y tú…
El
caído respiraba con dificultad, jadeante, con la mirada extraviada en el punto
de la nada, señalando con el índice derecho el firmamento, en donde la luz del
sol anunciaba la victoria en la batalla... —Responderé a tu pregunta—. Pronunció
con gran dificultad el pernicioso —Caballero; soy "EL MIEDO", al
menos así me nombraban hasta hoy, que te encontré beligerante.
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