La beso, como si en ese beso le fuera
la vida, intentado robar y transmitir simultáneamente ese hálito que sin palabras,
citaba la poesía. Le acomodó su cabello, introduciendo sus dedos desde la base
y hasta la punta extrema para después… besarla de nuevo. «¿Recuerdas cuando nos
conocimos aquella tarde de domingo en primavera?», —le peguntó al tiempo que
sus manos le prodigaban a la muer tan amada carretadas de caricias, «y aquí
sigues, junto a mí, ofreciéndome la pasión perturbadora como lo hiciste
ayer, y como lo has hecho desde hace 18,500 días».
El enamorado se puso de rodillas, ostentando jubiloso entre sus manos
una argolla. Suplicante, con lágrimas en los ojos formuló la tan ansiada
pregunta contenida en su garganta, esa propuesta que naciera hace poco más de
50 años y que hoy…, la pronunciaba para refrendar el amor que le tenía. —¿Te
casarías otra vez conmigo? Te lo pido convencido de que como tú, no encontraré
mujer alguna, porque el amor que concebimos sigue vivo, porque te sigo
necesitando, porque sigues firme dentro de mi corazón como lo hace la raíz del
árbol de los olivos, porque mi piel aunque marchita sigue estando sedienta de
la tuya.
El hombre guardó silencio en espera
de la respuesta que aliviara su quebranto; con gran dificultad se levantó, y
con gran ternura, a su noble compañera…, le acariciaba las manos —Hemos vivido
momentos complicados, pero jamás nos hemos separado, hemos experimentado
pasajes extraordinarios y con placer, los hemos disfrutado. Es por eso que te
ruego…, cásate otra vez conmigo.
Su concentración en el ritual fue interrumpida, un
hombre joven entraba al aposento para decir…, —papá, los servicios funerarios
han llegado.
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