Y aquí me tenéis de vuelta,
con menos tiempo que otros días, resolviendo mis dilemas. ¡Mudanzas! Vaya lío.
Contratar el nuevo piso, verdadero caos; el pintor, adquirir los servicios. Por
cierto, algo menos sencillo que conseguir a mi cantante de moda favorito para
endulzarme el oído.
Las cajas ¡Jolín! ¡¿De dónde
salen tantas cosas viejas?! Con seguridad del rincón de los olvidos. El
invierno en su apogeo, cuyo regalo me dejó un resfrío con tintes de neumonía.
Mis amigos, ja, me dejaron en espera de su ayuda —No te fíes, las personas son
ingratas—. Diría mi ángel guardián. Así que me puse las pilas dando inicio a
una lucha simulada.
Batalla cuerpo a cuerpo con
los muebles que en cada round me dejaban dolorida —¡Calma!, no corras, sonríe,
canta, baila. Ya verás que te resulta divertido—. Susurraba mi consciencia, en
intento por pintar de rosa lo que yo miraba negro —Mujer de poca fe, ya verás
que todo saldrá bien, he pedido para que te llegue ayuda—. Insistía mi subconsciente.
Y sí, acudieron quienes menos esperé.
Agradecida estaba, aunque
también contrariada, pensando que después de todo no debo ser tan mala. Ocurrió
lo inesperado, el móvil se me partió, me quedé sin WiFi,
y por si fuera poca cosa la monta de los muebles adquiridos me aguardaba, ja,
como si yo fuera una experta en armar estas cosas —¡Calma!, todo será una
hermosa experiencia—. Insistía mi conciencia. Yo tan sólo sonreía, no sé si por
mi nerviosismo o por el desorden de las cosas que a mi paso amenazaban.
Extrañaba mi pasado, a todos
los que me ayudaban. Los cables se me cruzaron al no encontrar cuadratura en
tan enfadosa escena. Pensé en mi ángel, y como por arte de magia se puso al
punto en mi mente —Zona de confort—. ¿Qué? —Eso que extrañas—.¡¿De qué hablas?!
—Escucha, estoy contigo, mi ayuda no es terrenal. Cuando termines la faena que
te ha sido encomendada comprenderás lo que digo —¡No quiero comprender, jolín,
lo que necesito es ayuda! Pensé.
***
Hoy
casi termino, aunque falta mucho orden a las cosas me encuentro en el nuevo
piso, con una vista exterior que se enmarca fabulosa, alumbrada por la luna.
Miro la butaca que me sirviera de cama, acaricio mi colchón, y veo todas las
cajas apiladas en espera de ser abiertas y dar comienzo a la danza. Una lágrima
resbala en mi mejilla, dilema entre distinguir si por tristeza, o por sentirme
orgullosa como dicta mi consciencia —Eres fuerte, una guerrera. No es la
mudanza del piso la que dejará lección, abre tu mente, lo mismo que el
corazón—. Esa vocecilla resonaba en mi cabeza, con esa parábola difícil de
entender, pero que me inspira fortaleza, que me hace ponderar el esfuerzo que
demanda cualquier cambio, sobre todo, el cambio de uno mismo.
Roberto
Soria - Iñaki
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