No cabe duda que la
lectura en el mundo se fortalece gracias a la creación de las redes sociales,
el uso del papel comienza a tomar tintes secundarios ante la avanzada
tecnología electrónica que ofrece la red, con sus herramientas virtuales que
han desplazado incluso a la telefonía tradicional.
Pero el tema que nos ocupa es la lectura como resultado de la escritura, ese
arte de amalgamar conjuntos formados por signos para convertirlo en letras, en
palabras, en frases, oraciones que habrán de emplearse con sonidos en diversas
lenguas para enseñar y comunicar.
La evolución marca una tendencia, ruta en la cual incluso el idioma entra en conflicto,
se rompen toda clase de reglas gramaticales mezclando con descaro los tiempos
verbales, acto que debilita la esencia del arte del buen decir para franquear
el acceso de un lenguaje cibernético. ¿Bueno, malo? Yo diría que distinto,
transitorio, que trata de confeccionar su propia identidad pero sin renunciar
al principio toral, el de la expresión.
Esta metamorfosis permea todos los ámbitos, la literatura no es la excepción, y
aunque pareciera un inconveniente para los escritores el resultado es
contrario, genera áreas de oportunidad envidiables a través de protocolos
innovadores sin importar la clase de lectura.
Habrá quienes juzguen calificando algunas obras como absurdas o de mal gusto y
tal vez tengan razón en las formas, pero en el fondo que es la creación todas adquieren
la misma importancia, desde una tira cómica y hasta los best sellers que han deleitado a los lectores más exigentes, claro,
sin dejar de lado los textos técnicos y científicos, o bien los dedicados a la
educación.
Nada que se escriba es hueco por intrépido que parezca, todo tiene un mensaje,
una reflexión o crítica, pretextos didácticos que servirán de marco para
presentar y discernir algunos manuscritos inéditos, producto de mis vivencias y
de la imaginación.
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